SEMANA DE ORACIÓN, SEE Y MILAGROS

SEMINARIO DE ENRIQUECIMIENTO ESPIRITUAL-SEMANA DE ORACIÓN
Mi nombre es Claudia Edith Chaparro Vogler, vivo en la ciudad de Encarnación, Paraguay. Provengo de una familia tradicional con alto protagonismo dentro de la iglesia católica, mis padres son fervientes miembros de la misma y un testimonio palpable de la Palabra de Dios.
A pesar de que siempre fui invitada a participar de las actividades de la Iglesia Adventista tengo que admitir que sentía muchas barreras  puestas por mí misma, porque me daba cuenta que eso podría alejarme de mis tradiciones y de mis costumbres.
En una oportunidad fui invitada a participar de una  “Semana de Oración” decidí, aceptar y fui sorprendida pues el programa consistía en tres reuniones diarias y la primera comenzaba a las 5 de la madrugada, yo pensé: ¿5 de la madrugada? ¿Quién vendrá?
En esos días mis padres habían viajado a la Ciudad de Asunción, capital del Paraguay. Entre otras cosas iban a realizarse algunos chequeos médicos, más que nada de rutina; pero toda la familia fue sorprendida con la noticia de que mi padre tenía cáncer y lo peor, estaba muy grave  y tenía pocas posibilidades de que lo operasen.
 Mi padre siempre tuvo un reconocimiento público por su solidaridad hacia los más desprotegidos, excelente esposo, padre ejemplar, un hombre temeroso de Dios, con tanta fe en su corazón. Recuerdo que me decía con una sonrisa en el rostro “mi hija, tienes que aprender de Job, lo que a mí me está pasando no es nada, yo ya tuve todo en la vida, una hermosa familia, trabajo, salud, si es la voluntad de Dios que me vaya de este mundo lo acepto”. El aceptaba, pero mi familia no, todavía dependíamos de él totalmente por ser  el único hombre de la casa con 54 años de edad.
En el primer día de la semana de oración para sorpresa mía, el pastor comentó sobre un testimonio muy fuerte de un enfermo de cáncer y específicamente de próstata que era la enfermedad de mi padre.  No entendía por qué tanta coincidencia, hasta que una vez terminado el culto, me acerqué al Pastor a contarle lo que me estaba pasando.  Nunca olvidaré las palabras de ese Pastor, él me dijo “Mira Claudia, el Señor puede curar un cáncer, para él eso no es nada, pero él está más interesado en la salvación que en la curación, porque tarde o temprano todos vamos a morir”.  Esas palabras quedarán grabadas en mi corazón toda mi vida.
Transcurrían los días, y mi padre había viajado nuevamente, el médico le dijo que en menos de un mes tenía que someterlo a la cirugía. Su vida estaba en peligro, la intervención era de alto riesgo y para ese entonces no contábamos con los medios económicos suficientes para afrontar los gastos, que eran inalcanzables.
Decidí participar de un Seminario de Enriquecimiento Espiritual que ocurrió al final de una Semana de Oración, y en este seminario me di cuenta que había un grupo numeroso  de personas de la iglesia participando. Aproveché la oportunidad y pedí a los hermanos que orasen por mi padre, todos asumieron el compromiso. Esa manifestación masiva y espontánea de parte de los hermanos fue increíble, ahí pude ver la mano del más grande de todos, nuestro Creador.

Transcurría mi día 37, dentro del programa de las 40 madrugadas. Llegó el momento tan esperado y mi padre fue intervenido. La operación se realizó con éxito, pero pasaban las horas y mi padre no salía de terapia intensiva, su estado iba empeorando. El médico informó a la familia que lo iban a llevar de vuelta al quirófano porque había surgido un imprevisto, él había perdido mucha sangre.  Mi familia entera estaba muy angustiada porque él ya se había despedido de todos, menos de mí.
Yo no quería verlo en el estado en que se encontraba, y me apartaba constantemente, no aceptaba esa situación.  Siendo aproximadamente las 2 de la madrugada, me retiré un poco, fui hasta un pasillo oscuro, me eché al piso y comencé a llorar desconsoladamente y a clamar a Dios.  ¡Me sentía tan impotente! Le pedí que no se llevara todavía a mi padre.
Mi padre continuó perdiendo sangre; la situación se nos hizo aún más difícil porque nos informaron que su tipo de sangre era O (RH) Negativo y no era sencillo conseguirlo. Se organizó una campaña solidaria de recolección de sangre en su nombre, y muchos donantes llegaron hasta Encarnación desde varios puntos del Departamento de Itapúa.  Ocurrió todo tan rápido que en menos de 6 horas ya teníamos 10 volúmenes de sangre para él.  A partir de ese momento la luz de la esperanza comenzó a brillar en nosotros.
Nuestro buen Dios nos mostró su fidelidad, le devolvió la vida a mi padre, en cuatro días el ya pudo hablar, en una semana caminó y recuerdo que decía ¡“Aleluya, Aleluya”!  ¡Había tanta alegría en su corazón!
Hoy en día mi padre está recuperado totalmente, trabajando y  llevando una vida normal, agradecido a Dios por que lo hizo nacer de vuelta.
Ahora quiero contarles que soy miembro de la Iglesia Adventista del Séptimo Día.  Siento que soy parte de este redil y le doy gracias a Dios por sus ovejas, sin lugar a dudas los hermanos de la iglesia tomaron un papel fundamental en este proceso tan importante de mi vida y yo estaré eternamente agradecida a quienes doblaron rodillas y nos tuvieron presente en sus oraciones.
Es increíble cómo nuestro Dios hace las cosas, cómo llama a sus hijos… conmigo ocurrió lo que relaté y hoy entiendo que, con fe y esperanza, la tormenta puede calmar y después de todo, llega la Paz.  
No hay palabras en mi corazón para describir la majestuosidad de nuestro Dios.

Claudia Edith Chaparro Vogler
Asiste a Iglesia Central de Encarnación

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