"Probad y Ved"


¡VIVIENDO EN EL EXTREMO!

Vivir en el extremo. ¿qué significa? No es precisamente ir a morar en lo último de la tierra (aunque actualmente estamos sirviendo con mi esposo en una de las ciudades más australes del continente americano) ¿Qué significa entonces? Es vivir al límite de la posibilidad humana, al borde de la "nada". Es cuando en tu caminar cristiano llegas a un momento, en donde miras hacia adelante y pareciera que no hay manera de continuar, sientes que se cierran todas las puertas y lo que sigue es un abismo de fracaso.
¿Te has sentido así en algún momento?, te doy buenas noticias, no eres el único que ha experimentado esto. Miro mi vida y me doy cuenta de que en mis 28 años he sido llevada en muchas oportunidades "al extremo". Pero las buenas noticias son que grandes personajes de la Biblia también tuvieron esta experiencia. Demos una mirada. Noé encerrado 7 días en el arca, no llueve y la gente afuera se burla de él. El pueblo de Israel al borde del mar rojo con el ejército egipcio persiguiéndolo. Los tres amigos de Daniel dentro del horno de fuego ardiente. Daniel durmiendo en medio de leones hambrientos. Jesús muriendo crucificado, "abandonado" por su Padre. Si te das cuenta, todos tienen en común no sólo que vivieron situaciones "límites" o "extremas" sino que estas fueron aparentemente causadas por su fidelidad a Dios y que posterior a esta experiencia Dios hizo un milagro grande: la primera lluvia sobre la tierra (y sí que llovió). El cruce del mar Rojo. Jesús mismo salvando a los tres hebreos en el horno de fuego donde ni siquiera un pelo se les quemó. Leones hambrientos con la boca cerrada. La salvación de la humanidad.
Era 5 de mayo de 2009, me levante más temprano que de costumbre para tener mi devoción diaria con Dios y luego ir a la "gran entrevista". Estaba leyendo el libro de Éxodo en paralelo con el libro Patriarcas y Profetas de E. White. De pronto me detuve en la lectura. Tenía ante mí el relato previo al cruce del mar Rojo. ¡No, Dios! exclamé, ¡otra vez no! ya se lo que vas a hacer una vez más conmigo! (como el amigo que con solo una mirada ya sabe lo que el otro va a decir) ¡Ya te conozco!!! Mhm, si! Otra vez me vas a llevar al extremo! Lo bueno es que ya sabía también lo que venía después de "el extremo"…un milagro!!!  Bueno Dios, pensé, sea hecha tu voluntad.
Crecí en un hogar de misioneros, donde se me enseñó a ser fiel a Dios. Hice todos mis estudios en instituciones adventistas. Primaria, secundaria y la Universidad. Hacía poco me había graduado como médica y casado con un pastor. Nos encontrábamos sirviendo en la patagónia Argentina. Ese día, 5 de mayo de 2009, era el día de la entrevista para entrar a una residencia médica en un hospital público. Ya había rendido un examen escrito quedando en segundo lugar. Sólo se aceptaban dos lugares. Ahora se definía el ingreso con una entrevista ante un panel de 7 a 10 personas aproximadamente lo cual daba un puntaje que se sumaba al examen escrito más los antecedentes. Un tema me preocupaba. Yo había decidido como cristiana y como esposa de pastor que durante la residencia no iba a ir los sábados al hospital. Había decidido que lo más importante para mi no iba a ser nunca la medicina, sino Dios en primer lugar, mi esposo y la iglesia (por eso había aceptado ser esposa de pastor, no?). Pero ahora había llegado un momento crucial ¿Cómo pedir el sábado en el hospital? ¿debía hacerlo en la entrevista o después? En mi oración de esa mañana dije: “Señor, tu tienes poder para trabajar en la mentes de los que van a estar en el panel evaluador e impresionarlos para que me pregunten por el sábado. También tienes poder para no permitir que lo hagan. Haz como creas que va a ser mejor, de todas maneras ya sé que me vas a llevar al extremo”. Así terminó mi oración.
Lo que pasó en la entrevista fue raro. Básicamente fueron preguntas acerca del trabajo de mi esposo, cuanto tiempo nos ibamos a quedar en la provincia, etc. Al enterarse que era adventista me preguntaron por el sábado. “La verdad es que prefiero no realizar trabajo en sábado” contesté. Luego una de las personas terminó la entrevista rápidamente de una manera brusca, diciéndome que fuera a ver ni nota definitiva a la tarde. Eso fue lo que hice y como lo había imaginado, quedé en tercer lugar. No había entrado. Punto final o… ¿puntos suspensivos? Al ver mi nota me detuve a observar. Busqué una calculadora y saqué cuentas. Descubrí que había habido un error. Aparecía un puntaje que no correspondía. Aunque me hubiera sacado cero en la entrevista, me daba una nota mayor a esa (con la cual obviamente entraba). Quise hablar con la encargada, pero me dijeron que tenía que hacerlo la semana siguiente, a determinado día, a una hora específica. Ese día me presenté como me lo indicaron, pero justo horas antes habían adjudicado el puesto a otra persona. Pedí ver los resultados de mi examen y saltó a la luz la clara evidencia, no habían puesto una nota. Le mencioné el error a la encargada de las residencias. “Haz una carta mencionando tu reclamo”, me dijo ella. Yo me despedí diciendo que lo haría.
Al llegar a casa, le conté a mi esposo lo sucedido diciéndole: “No voy a realizar ningún reclamo. Ellos no me han humillado a mi, han humillado a Dios y nuestro Padre es Todopoderoso para defenderse a si mismo, el Señor va a defender su propio Nombre, yo no voy a hacer nada. ¿sabes?, estoy segura de que voy a ingresar a la residencia, Dios ya me había preparado para esto de antemano, ya sabía que me iba a traer hasta el límite, donde aparentemente estaba todo perdido, pero no es la primera vez que me pasa esto, esperemos tranquilos viendo cómo Dios pelea su propia batalla, ¡un milagro está a punto de suceder!”. Mi esposo concordó conmigo y dejamos el tema allí, sin hacer nada.
Pasó casi todo el mes de mayo y no recibiamos noticias del esperado milagro. La Residencia comenzaría a comienzos de Junio. Yo pensaba: “Si Dios me quiere llevar al límite, me va a llevar bien hasta el último centímetro del precipicio, eso significa que no va a resolver nada a comienzos de mes, ni a mitad de mes, lo va a ser en los últimos momentos.” Casi al final del mes, mi esposo fue al hospital a donar sangre ya que una hermana de la iglesia quien se encontraba muy grave lo requería. Mientras le sacaban sangre se acercó el jefe de hemoterapia, quien pertenece a nuestra iglesia. ¿sabes cómo continuo lo de tu esposa? No – respondió mi él – Entonces el Dr. Le comentó cómo el hospital estaba dividido tomando postura respecto al tema. “Hay gente importante que la está defendiendo”, agregó. Cuando mi esposo me contó, yo no lo podía creer.  “Dios está peleando su batalla”, le contesté.
Dos días antes que comenzara la residencia recibí una llamada telefónica citándome al hospital para una entrevista en el departamento de docencia. Me hablaron pidiendo disculpas por lo acontecido. “Como no elevaste la nota de reclamo, nosotros la hicimos por ti”, dijeron. Se citó al panel evaluador quienes tuvieron que reconocer la injusticia. “Al cambiar tu calificación, cambiaba también tu lugar en la tabla de posiciones, así que ingresabas a la residencia, pero ya habíamos adjudicado el lugar (aspecto legalmente serio). Así que, elevamos una petición al ministerio de salud de la nación (de quien depende la residencia) para que pudiéramos abrir un cupo más en la residencia. Después de varias semanas nos contestaron afirmativamente. Se cambió el acta de ingreso donde dice que entras en segundo lugar, no en tercero, así que te queríamos preguntar si querías aceptar el puesto”. Mis oídos no podían creer lo que estaba escuchando. Sí, sentía lo mismo que algunas veces previas al ver el milagro que Dios había hecho. Ese sentimiento de no saber qué hacer… sonreir, gritar, cantar, llorar, alabar a Dios. Sentirse tan pequeño, tan insignificante ante un Dios tan inmenso, un Dios tan poderoso, pero tan cercano. Que había realizado todo un “operativo” defendiendo su Nombre, en primer lugar y a una pequeña hija que luchaba por serle fiel. Lo que experimenté es algo que solamente el que lo ha pasado lo puede entender. La persona que había sido ruda conmigo en la entrevista renunció a su puesto. Estoy en mi tercer año de residencia y hasta el día de hoy no he trabajado absolutamente ningún sábado.
¿Por qué? ¿Por qué Dios permite que muchas veces lleguemos hasta el extremo? ¿Él no podría solucionar todo antes? ¿Por qué espera hasta lo último? A la luz del texto que leí esa fría mañana de mayo con la cual Dios me preparó justo antes de ir a la entrevista, en Patriarcas y profetas página 290, encontré por lo menos tres razones:
  1. Para aumentar nuestra fe. Menciona que Dios permitió que el pueblo de Israel llegaran al borde del mar rojo, incluso mojaron sus pies, sin todavía ver el milagro y Dios “escogió este procedimiento para acrisolar la fe del pueblo y fortalecer su confianza en él” (PP290). Y es que la fe no es más que eso: mirar hacia el frente y aunque humanamente no hay solución alguna, poder confiar que Dios solucionará todo. La convicción de lo que todavía no se ve. Y esa confianza de estar totalmente rendido a él, a su vez aumenta nuestra fe.
  2. Para humillar el orgullo de los enemigos de Dios. El milagro en sí humilla al opresor. Recordemos… ¿Qué pasó con el pueblo antediluviano que se burlaban de los que estaban dentro del arca? ¿Qué pasó con el ejército egipcio luego del cruce del mar rojo? ¿Qué sucedió con los que tiraron a los tres hebreos al horno de fuego ardiente? ¿y con los que tendieron la trampa para que Daniel fuera tirado al foso de los leones? ¿y con la persona que influyó para que yo no entrara a la residencia? ¿y con el gran acusador cuando Jesús resucitado vuelva a la tierra otra vez?
  3. Para glorificar su nombre. De repente es necesario que quede bien en claro que el milagro, fue milagro. Dios hizo su obra, no porque uno lo mereciera, sino solo por su misericordia y para Su gloria. En la lucha entre el bien y el mal, es el carácter de Dios el que está en juego, por eso después de cada victoria el Señor es glorificado.
Puede ser que al leer esto estés viviendo en el límite. Puede ser que estés a punto de perder tu empleo por observar el sábado. Puede ser que estés llevando los últimos pesos que te quedan a la iglesia, porque has decidido serle fiel a Dios devolviendo el diezmo (aún cuanto lo que ganas no te alcance ni para comer). Puede ser que estés a punto de perder el sueño de tu vida por no mentir. El asunto es que ya sea cualquiera de estas opciones o muchas otras, no son importantes. Si, no es importante esta dificultad que estas pasando. Lo importante es que en medio de esa prueba veas el milagro que está a punto de suceder si te mantienes fiel a Dios.

E A., Medica esposa de Pastor.

Mayordomia AAS.

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